Los paseos que hicimos, no nos engañemos, eran de lo más turístico pero tampoco creo yo que sobreviviera más de unas horas si ahora aparezco de pronto en medio de la selva sin ningún tipo de orientación ni adiestramiento. El primero de ellos nos llevó por el río y tan solo la primera parada incluyó contacto humano, en concreto con una tribu de indígenas. Daba para ver que incluso ellos están invadidos por la globalización, y no solo porque llevaban su calzoncillo del "todo a cien" bajo el taparabos, pero sí sorprende que quieran seguir manteniendo sus tradiciones y estén orgullosos de ellas. Como decía, la superviviencia no es fácil allí, por eso muchas de sus tradiciones nos parecerían injustas si no pensamos en que buscan la fortaleza de ánimo, del cuerpo y del espítiru.
Tras unas cuantas danzas rituales tomamos rumbo a ver a los botos. Los botos son los delfines del río sobre los cuales hay muchas leyendas, como que salen por las noches y enamoran a las indias. Pudimos bañarnos con ellos y me sorprendió su tamaño y también el tacto de su piel que no sabría explicar. También pude tomar en brazos un perezoso y me encantó sentir su abrazo, fue una sensación muy bonita de confianza de la que solo me asustaba que con aquellos uñates agarrándome con firmeza me lo tuviera que llevar en el avión ya para la vieja Europa, que oye, igual hago tendencia y en Londres y Berlín aparece todo el mundo con un perezoso colgando la próxima temporada. También había multitud de monos haciendo monerías, alguno a dos patas pidiendo que le regalaras un plátano o lo que fuera. No puedo decir que me diera la misma confianza una serpiente de unos 2 metros que algún inconsciente se echó al cuello; ahí, haciendo las fotos, yo ya estaba feliz.
Dejemos la fauna para pasar a la flora, para pasear tranquilamente entre las enormes Vitórias regias que son esos grandes nenúfares en forma de sombrero que tienen una gran flor. Según nos han dicho, ésta solo dura tres días y mejor no cogerla porque es de lo más maloliente; llama la atención, además del tamaño, la firmeza y el material de sus hojas que las hacen realmente majestuosas.
Entramos también en los igarapés, las grandes zonas de selva inundada en que se puede navegar entre las copas de sus árboles. La profundidad de estas zonas puede variar hasta 30 metros según la etapa seca o de lluvias y te impresiona pasar entre lo que se vislumbran copas de los árboles centenarios, entre vegetación, reflejos en el agua color tierra y avistando pájaros, reptiles e insectos. Tumbarse en la cubierta del barco y disfrutar de esta sugestiva colección de paisajes, colores, sonidos es un regalo para los sentidos.
Pero el verdadero contacto con la madre tierra fue en nuestra excursión a pie por la floresta. Aunque ibamos por sendas (que no soy yo muy diestro con el machete) el avance no era fácil, pisando suelos de hojas, ramas, barro, etc. y consuela a los que acabaron con el culete en el suelo que una de las guías terminó de la misma forma para regocijo del grupo. También conviene señalar que ella, en su tranquilidad local, iba por la selva de chanclas; por supuesto nosotros, menos osados: de bota alta porque además había lugares donde el agua te llegaba hasta las rodillas.
La travesía era lenta y el ambiente bastante sofocante pero encontrábamos cada cierto tiempo unos oasis que nos hacían olvidar los rigores del camino, unas cascadas de una belleza indescriptible, caprichos de la naturaleza que crearon paisajes increíbles. No resistimos la tentación de bañarnos en todas ellas. También entramos en una gran caverma donde caminamos durante unos 20 minutos por enormes bóvedas molestando a sus habitantes: murciélagos, arañas, viviendo en la más absoluta penumbra. Aún nos quedaron muchas cascadas por ver y realmente esta es una zona por descubrir aunque sigo teniendo la impresión de que estamos invadiendo zonas que deberían preservarse así íntimamente bellas sin que la "civilización" quiera imponer sus rigores y su tiranía.
Creo que ya he retomado fuerzas para nuestro último estreno que además trata de cómo la pureza de un niño, designado por la madre Naturaleza, salva de la destrucción a la Amazonia.